Tener un hijo suele significar culminar un deseo tanto personal, pues ser madre o padre significa un paso más en nuestra realización como persona, como de pareja, pues es un deseo compartido que afianza la unión.
Sin embargo, tras el nacimiento del bebé la vida en pareja cambia drásticamente, por lo que, en ocasiones, más que un sentimiento de unión experimentamos todo lo contrario. Esto ocurre por motivos de diferentes tipos:
- Personales: la mujer experimenta una serie de cambios hormonales durante el embarazo y los meses posteriores al parto que influyen de modo significativo en su estado de ánimo. Además, tanto para el hombre como para la mujer la paternidad se presenta de forma abrupta, lo cual se traduce en una importante fuente de estrés cuando no se gestiona de modo adecuado.
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De pareja: Tras el nacimiento del primer hijo la unidad familiar pasa de tener dos miembros que tienen libertad para llevar a cabo planes individuales, de pareja y sociales, a tener tres miembros, cambiando el centro de atención radicalmente hacia el pequeño y, a menudo, descuidando todas las demás áreas.
Dentro de este apartado, también suele existir una afectación notoria de la vida sexual de la pareja: disminuye la frecuencia de las relaciones sexuales, disminuye la sensación de intimidad y libertad que existían antes del nacimiento, ya sea por la presencia de la cuna en el dormitorio los primeros meses, por la dificultad para encontrar un momento en medio de la vorágine de pañales, biberones, cólicos, etc, o por la dificultad para desconectar (la idea de que en cualquier momento el niño puede llamarnos mediante el llanto por algún motivo).
- Laborales: La mujer debe ausentarse durante varios meses de su trabajo, lo cual puede afectar de modo negativo a sus deseos de crecimiento profesional y sus sentimientos de responsabilidad laboral, mientras que el hombre habitualmente conserva esta faceta de su vida cotidiana.
- Económicos: a la baja por maternidad, con su consecuente reducción de ingresos, hay que añadir el incremento de gastos debido a las necesidades del bebé, lo cual también puede suponer una importante fuente de estrés.
- Conflictos de criterio educativo: el padre y la madre intentar educar y manejar a su hijo conforme a un código de conducta que rara vez coincide con exactitud con el de su pareja, dando lugar a discusiones por pautas educativas (cuándo meterle en cama, qué darle de comer, cómo comportarse ante sus demandas de atención: dejarle llorar o cogerle en brazos, etc)
Por todos estos motivos la llegada del primer hijo, si bien significa un gran motivo de alegría en la familia, también supone una importante fuente de conflicto y estrés. El modo en el que se maneje este estrés es fundamental para prevenir problemas en la pareja. A continuación, se exponen algunos consejos para que este manejo resulte eficaz:
- En primer lugar, la preparación para la nueva situación de maternidad/paternidad debe ser progresiva. Es importante que durante el embarazo tanto el padre como la madre se documenten acerca del nuevo rol que tendrán que asumir. Compartir esta información y hablar acerca de ello ayudará a un acercamiento de posturas al respecto y a la comprensión mutua sobre el modo de vivir el nuevo rol de cada miembro de la pareja.
- El nacimiento del bebé debe ser entendido como un acontecimiento que “desordenará” nuestras vidas, pero de modo transitorio. La psicóloga Anainés Cazador, experta en el período perinatal, compara de modo muy acertado las primeras semanas tras el parto con una mudanza: al principio todo es un caos porque tienes que “volver a ordenarlo todo”; sin embargo, eso no siempre será así, salvo que la pareja “no ordene nada y viva entre cajas”. Poco a poco la nueva situación se normalizará.
- Entender la pareja como un equipo ante la nueva situación: descartar todo sentimiento de rivalidad, pues alcanzar acuerdos con respecto a las nuevas responsabilidades y rutinas de modo complementario reducirá el estrés y fortalecerá el sentimiento de unión de la pareja.
- Ser padres sin dejar de ser pareja: reservar algunos momentos de intimidad y hacer planes sin el niño ayudará a seguir viendo al otro como nuestra pareja, y no sólo como padre o madre. Durante las primeras semanas esto es más difícil, pero poco a poco el niño va adquiriendo una serie de rutinas y se amolda a nuestro ritmo, lo cual hará más fácil contar con tiempo para nosotros.
- Apoyo externo: aceptar la ayuda y los consejos de la familia, así como intentar mantener algunos compromisos sociales sin el niño ayudará a reducir estrés.
Si nos sentimos desbordados por la situación, notamos distanciamiento con nuestra pareja o creemos que nada volverá a ser como antes es recomendable asistir a un especialista. El psicólogo, con unas cuantas pautas adaptadas a cada familia y a cada pareja, puede ser de gran ayuda para ordenar “las cajas de la mudanza” de la manera más eficaz y menos traumática, evitando que el acontecimiento más importante en la vida de una pareja derive en la ruptura.